Un crucificado gótico para el altar provisional de Santiago

Texto de Ramón Yzquierdo Peiró, director técnico del Museo Catedral de Santiago.

Con ocasión de las obras de restauración que se desarrollan en la catedral compostelana, al tiempo que se prepara el Año Santo 2021, durante unos meses ha tenido que ser suspendido el culto en el altar de Santiago. Tras unos meses, crisis sanitaria del Covid19 por medio, el culto se recuperará, en un altar provisional situado a los pies del Pórtico de la Gloria, mirando, precisamente, a la capilla mayor a lo largo de la nave principal del templo.

La localización de este nuevo altar provisional es algo inédito en la historia de la catedral y supone, al menos durante un tiempo, un importante cambio en la liturgia de la basílica que, sin embargo, a lo largo de la historia, como iglesia viva que siempre ha sido, ha vivido distintas transformaciones, evoluciones y adaptaciones, poniendo, en cada momento, las artes al servicio del culto apostólico, de la liturgia y del ceremonial propios de la Casa de Señor Santiago.

La ubicación de la tumba apostólica ha marcado, desde la construcción de las primeras basílicas, el punto neurálgico de la catedral y, con ello, el sitio destinado al altar mayor, justo sobre el lugar en el que se encuentra el Sepulcro. Es en tiempos del arzobispo Gelmírez cuando, entre otras actuaciones, se organiza un nuevo altar para el culto apostólico, situado tras una reja y formado por un altar y retro altar de plata, bajo un gran baldaquino que imitaba, como fue deseo del propio prelado, el de San Pedro del Vaticano. No obstante, los peregrinos seguían echando en falta una referencia física que permitiese una mayor cercanía con el Apóstol pues, como es sabido, accedían a la catedral por la puerta Francígena y rodeaban la capilla mayor, gracias a la girola, contando, en la parte más próxima a la cabecera, con la capilla penitencial de la Magdalena, el punto más próximo de los fieles con el sepulcro.

Por fin, en los años finales del siglo XII y principios del siglo XIII, el proyecto desarrollado en la catedral por el Maestro Mateo iba a transformar el espacio catedralicio de cara a su solemne consagración, que tuvo lugar en el año 1211. Es en este momento cuando, entre otras actuaciones, se coloca sobre el altar gelmiriano una majestuosa escultura de Santiago, siguiendo el modelo de la imagen sedente del parteluz del Pórtico de la Gloria, que iba a servir como esa referencia principal para los peregrinos, señalando, con la apariencia física del Apóstol, el lugar exacto en el que estaba enterrado. Desde entonces, la imagen sedente de Santiago el Mayor iba a presidir el altar mayor, contando con una serie de ritos asociados, que fueron evolucionando –y transformando la propia escultura- con el paso del tiempo hasta el actual “abrazo”, permitiendo de este modo una especial relación de cercanía entre el Apóstol y el fiel.

De época gelmiriana habría sido, también, el primer coro de la catedral, empeño del arzobispo tras impulsar la reorganización del Cabildo. Apenas alguna referencia ha llegado acerca de este primer coro, que debió ser provisional y de gran sencillez; y que fue sustituido por la monumental sillería en piedra policromada realizada por el Maestro Mateo, completando, con ello, su proyecto en la catedral y complementando, con su programa iconográfico, el desarrollado en el Pórtico de la Gloria. Este coro ocupaba los tres primeros tramos de la nave mayor de la catedral y se prolongaba, una sección más entre columnas, con el trascoro, dotado de una fachada que se asomaba hacia el extremo occidental de la catedral, dividiendo el espacio interior en dos partes, una de uso reservado a los capitulares, que se extendía hasta el altar mayor, cerrado por rejas –salvo en los momentos en que estas se abrían- y la otra a los fieles. El mensaje a transmitir en los relieves y esculturas de los dos ámbitos era, igualmente distinto, pues diferentes eran las inquietudes y nivel de formación de los destinatarios.

El espacio situado tras la fachada del trascoro se dedicó a albergar distintas capillas, de carácter principalmente funerario, que fueron variando con el paso del tiempo. Sobre este espacio, se disponía el leedoiro, asimilación de los jubé de las sillerías medievales francesas, que tuvo distintos usos para los capitulares. Desde mediados del siglo XIV, hay referencias documentales a que, ante la fachada del trascoro se disponía la imagen de un Crucificado. Este sería el que conforma, con las esculturas de la Virgen María y de San Juan, el llamado Calvario gótico de la catedral que, en los siglos transcurridos, ha pasado, como otras piezas de los fondos artísticos de la catedral compostelana, por diversas vicisitudes y ubicaciones.

En tiempos del arzobispo Juan de Sanclemente, el coro pétreo del Maestro Mateo, que había ido perdiendo funcionalidad y actualidad debido, fundamentalmente, a los cambios litúrgicos y de los gustos artísticos, acabó siendo derribado y sustituido por una nueva sillería, en este caso, realizada en madera de nogal por Juan Davila y Gregorio Español. En ese momento, el Calvario gótico pasó a colocarse en la parte superior de la fachada del nuevo trascoro y, para ello, se aprovechó una estructura de hierro forjado y cincelado realizada para la reja del coro, a mediados del siglo XVI, por el Maestro Guillén de Bourse, un conjunto que todavía se conserva en los fondos del Museo Catedral.

Tras la retirada del coro de la nave central, en 1946, el retablo del trascoro –y el Calvario gótico-, se trasladaron como un todo a la capilla de Sancti Spiritus, que quedó, desde aquel momento, bajo la advocación de la Virgen de la Soledad, en alusión a la escultura madrileña, fechada en 1666, que desde los primeros años del siglo XVIII había presidido el citado retablo. Coronando el nuevo conjunto, en dicha capilla, se colocó el Calvario hasta que, en los años 90 del siglo pasado, su delicado estado de conservación hizo necesaria su retirada para una compleja restauración, tras la que se dispuso en el muro interior del lado este de Platerías, en el espacio destinado al Baptisterio, donde ha permanecido hasta las actuales obras de rehabilitación del interior de la catedral.

La catedral ha vivido, por tanto, numerosas modificaciones en la disposición de sus elementos, generalmente, como se ha comentado, por necesidades de culto. También, en este momento, la imposibilidad de celebrar en el altar mayor, cubierto de andamios que permitirán devolverle su esplendor perdido, ha hecho preciso habilitar un nuevo altar provisional situado, en este caso, en el otro extremo de la nave. Se trata de una estructura a base de láminas de madera que aprovecha la trasera que, durante las obras, protege del polvo y la suciedad el entorno del Pórtico de la Gloria. Un alargado vano rectangular permite, en la parte central, apreciar el parteluz y, detrás, la contrafachada mateana, todo un prodigio escultórico que, muchas veces, pasa inadvertido ante la grandeza del conjunto del Pórtico. A los pies del parteluz, mirando hacia este nuevo altar, permanece la atenta mirada del Maestro Mateo, autorretratado como architectus ante su obra maestra, una pieza, excepcional por lo que significaba para su época, a la que el pueblo ha rebautizado como Santo dos croques, elevando a los altares de la tradición al gran artista de la catedral compostelana.

En el altar de Santiago no podía faltar, por tanto, una imagen del Apóstol y, entre las numerosas representaciones existentes en los fondos artísticos de la catedral, el Cabildo se ha decantado por una imagen sedente que, en gran medida, sigue el modelo iniciado por Mateo solo a unos metros de distancia y que, poco después, replicó sobre el altar mayor. En este caso, el modelo iconográfico ha evolucionado, seguramente a partir de los ritos que los peregrinos desarrollaban ante la escultura del altar, sumando a su carácter apostólico, de discípulo predilecto de Jesús y responsable de la evangelización en estas tierras, atributos de peregrino –con el morral cuya correa se cruza sobre su pecho- y la corona que, en aquella época, colgaba sobre la cabeza de aquella escultura mateana.

Junto a esta imagen de Santiago, el sencillo altar provisional que nos llevará al próximo Año Santo compostelano, se completa con la imagen del Crucificado que forma parte del citado Calvario gótico. Se ha prescindido de su gran cruz y de las dos piezas que completan el conjunto, pero mantiene una gran expresividad, propia de su época, mostrando el sufrimiento que Cristo, como Hombre, padeció en su martirio en la cruz, marcándose las llagas y la tensión de los músculos hasta quebrar el cuerpo del crucificado; una tipología que se haría muy habitual, desde los años centrales del siglo XIV, a través de talleres castellanos que se encargaron de expandir el modelo por toda España. Sin duda, el artista anónimo, autor de esta pieza, habrá logrado, una vez más, casi siete siglos después, su intención de impresionar al espectador en esta nueva y preferente ubicación, presidiendo el altar provisional de Santiago, en el que el Cristo gótico de la catedral se ha puesto en valor y ha adquirido un renovado protagonismo.