Una vez terminada la restauración de la fachada del Obradoiro de la Catedral, realizamos un repaso por lo que supuso acometer una obra tan ingente y necesaria para su conservación.
Estado previo
La suciedad y vegetación extendidas por los paramentos exteriores era lo primero que llamaba la atención cuando nos acercábamos a la fachada y torres del Obradoiro: algas, líquenes, musgos, hierbas o plantas de distinto tipo, junto con la contaminación atmosférica y orgánica, afeaban su aspecto e impedían una correcta apreciación de estas fábricas. Sus raíces, fisurando o fracturando la piedra, se convertían en depósitos de humedad que acababa filtrándose al interior. Las zonas más colonizadas eran las afectadas por los empozamientos y las escorrentías de agua, sobre todo en rincones con escaso o nulo soleamiento. Las roturas y pérdida de sellados en cornisas y terrazas favorecían ese resbalar del agua por los paramentos, acumulando suciedad y provocando diferentes tipos de costras.
Los líquenes foliáceos de color amarillento que cubrían parte de la fachada y de los fustes de las torres les daban un aspecto colorista que resultaba familiar, ensalzado ocasionalmente por la literatura. Conviene precisar, sin embargo, que el tono dorado de las torres al amanecer o en el ocaso proviene de la luz solar, y ésta se refleja mejor si la piedra está limpia. Estos líquenes crecen principalmente en paramentos con escorrentías de agua, y esconden a la vez otras especies de líquenes que originan nitratos ácidos dañinos para la piedra.
Además, unos encintados muy deteriorados, con las juntas entre sillares abiertas, o bien selladas con morteros de cemento que causaban problemas añadidos de sales e impedían la transpiración de la fábrica, facilitaban constantes filtraciones de humedad, que incluso en forma de agua líquida alcanzaban al Pórtico de la Gloria.
Saneamiento y limpieza
La limpieza de los paramentos se ha realizado por medios manuales, con cepillos y rasquetas, eliminando la vegetación y sus raíces, detritus, sales y adheridos de todo tipo. También se ha empleado vapor de agua a presión controlada, tanto en las superficies exteriores como en sus juntas, que permite un lavado de los deshechos con una mínima cantidad de agua. La actuación ha sido especialmente cuidadosa sobre las piezas escultóricas, respetando los restos de capas pictóricas.
Sobre los líquenes negros y grises, muy corrosivos, se ha aplicado un biocida, pero dado su grado de adherencia, no se retiran para evitar dañar la piedra. Los líquenes amarillentos, menos agresivos y menos adheridos, se han retirado con un simple cepillado, en lo necesario para sanear el rejuntado del aparejo y su sustrato de apoyo donde proliferan los otros líquenes. Volverán a crecer, aunque sin la extensión actual una vez detenidas las escorrentías de agua desde las cornisas. Su control corresponde al plan de conservación preventiva que ya se está ejecutando en otras partes de la catedral restauradas con anterioridad.
La eliminación del mortero de las juntas en el aparejo, enlosado de terrazas y cornisas se ha realizado con medios manuales, sin desconchar las aristas de los sillares y soplando aire a presión para retirar la mayor cantidad posible de restos intersticiales de mortero disgregado o tierra.
Las costras negras y sales carbonatadas se han eliminado con microproyección, controlando el efecto de la abrasión para no marcar la superficie de la piedra.